Mensaje del Presidente de la Republica, Juan Manuel Santos. En el homenaje al Doctor Augusto Ramírez Ocampo en el marco de la conmemoración del 66º Aniversario de la creación de la ONU

Apreciados amigos:

¡Qué mejor ocasión para rendirle un sentido homenaje póstumo al doctor Augusto Ramírez Ocampo que la conmemoración de los 66 años de la creación de las Naciones Unidas!

Y es que el doctor Ramírez llenó de sentido ese rótulo que cargaba de ser el colombiano que más alto ha llegado en esa Organización.

Como Director del Departamento Regional para América Latina y el Caribe, en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, y como Representante Especial del Secretario General en la Misión de las Naciones Unidas en el Salvador – ONUSAL –, supo destacarse por su espíritu conciliador y su firmeza en la toma de decisiones.

El recuerdo más vivo que tengo del doctor Ramírez es el de su alegría cuando asistió, el pasado mes de junio, a la sanción presidencial de la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras y a la cena en honor del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-Moon. Me alegra enormemente que haya podido ser testigo de un momento histórico para Colombia, ligado, además a una de las prioridades en su vida: la búsqueda de la paz.

No quiero restringirme al rígido esquema narrativo de los hechos de su vida. Sería insuficiente describir la excelencia que caracterizó el ejercicio de cada uno de los cargos que ocupó, no obstante la relevancia de todos ellos. Creo firmemente que la huella del doctor Ramírez trasciende todo eso y que es, sobre todo, una pista, una dadivosa pista, para descifrar nuestro futuro como nación.

Escribía Nietzsche en Así habló Zaratustra que la grandeza de un hombre está en ser un puente y no una meta. Estoy convencido de que pocos encarnaron mejor esa definición que Augusto Ramírez Ocampo. Porque él, a través de su legado, nos brindó las herramientas para construir un país mejor, más justo, más perspicaz y más próspero. El doctor Ramírez no llevó su sabiduría consigo cuando partió sino que, con esa generosidad que le era tan propia, la fue transmitiendo a quienes se cruzaron en su camino a lo largo de su vida. Fue un verdadero puente.

En Bogotá, ciudad que lo vio nacer, dejó su clara impronta en la década del 80 del pasado siglo. Las ciclovías dominicales y la planta de acueducto de Chingaza no solamente beneficiaron a la capital sino que hoy en día, de cierta forma, la definen. Su obra lo trascendió y tras haber cruzado ese puente hacia el desarrollo, los bogotanos le estamos profundamente agradecidos.

También por ese entonces, como canciller en el Gobierno de Belisario Betancur, fue uno de los líderes del Grupo de Contadora para mediar el conflicto entre El Salvador, Nicaragua y Guatemala, y su maravillosa gestión evitó el desencadenamiento de un conflicto mayor. Su vocación de luchador incansable por la paz empezó entonces a ser ampliamente reconocida. Una vez más, el doctor Ramírez se hizo puente, un puente de concordia.

La paz fue, sin duda, su gran obsesión hasta el final de sus días. Ansiaba que fuera una realidad en nuestro país y la buscó sin tregua. Trabajó por ella como miembro de la Comisión Facilitadora Civil entre el ELN y el Gobierno y, posteriormente, como miembro de la Comisión de Conciliación Nacional. Infelizmente, a pesar de tantos y tan notables logros –y me he quedado corto pues no referí siquiera la mitad– el doctor Ramírez dejó este mundo sin haber tenido la satisfacción de ver el cese del conflicto armado interno colombiano.

Que su empeño nos sirva, pues, de inspiración para trabajar por una paz duradera.

Firme convencido y defensor de la diplomacia multilateral, el doctor Ramírez sobresalió como un magnífico expositor, talento probablemente heredado de su padre, el ilustre Augusto Ramírez Moreno, leopardo destacadísimo, conocido por su altura intelectual y su brillante oratoria.

Recordaremos al excanciller Ramírez como a un intelectual en el más puro sentido de la palabra, un curioso del mundo y un acérrimo defensor de la libertad de expresión. Todo un maestro.

Después de largos años de una trayectoria apasionante, el vacío que dejó Augusto Ramírez Ocampo en la historia de las relaciones internacionales de Colombia y América Latina y en nuestros corazones es indudablemente grande. Todos los colombianos le agradecemos el haber dedicado gran parte de su vida a la pacificación del país, a su prosperidad y a su desarrollo.

Por ese rasgo de grandeza que hizo de él un puente y no una meta, los colombianos quedamos huérfanos con su partida, sí, pero a la vez capaces de heredar las enseñanzas de ese gran mentor que fue Augusto Ramírez Ocampo.

A Elsa Koppel de Ramírez y a sus hijos, mis más sentidas manifestaciones de aprecio y amistad.